Ya llevamos una semana trabajando en Cangzhou. Durante la misma, tanto Leire como yo nos hemos trasladado a 9 localidades diferentes, algunas de ellas a una hora de distancia en coche. Todos estos ires y venires resultan agotadores y, la verdad, a ratos un tanto descorazonadores.
Hemos tenido la ocasión de entrar en guarderías y colegios de primaria. De conocer centenares de niños con edades comprendidas entre los 3 y los 8 años y de intentar aplicar el sistema de la empresa para la que trabajamos, Rockies English, para enseñarles.
Los resultados son desiguales. Primeramente ocurre que la inmensa mayoría de estos niños jamás han visto un extranjero. Esta no es una zona del país en la que se prodiguen los turistas porque carece de atractivos. Incluso en el propio Cangzhou llamamos la atención y recibimos muchas peticiones de gente para sacarse fotos con nosotros. Somos como marcianos. Como iba diciendo, algunos de estos niños se asustan hasta el llanto. Otros reaccionan con estupor y se cierran en banda. Oros, en cambio, lo hacen con entusiasmo y se aprestan a divertirse en las clases de inglés que nuestro «estilo particular» convierte en un show.
Algunos de los niños son caprichosos e insolentes y se muestran indomables. Supongo que eso ocurre en todos lados, pero en estas escuelas es más llamativo y ocurre con mucha más frecuencia. Leire y yo hemos dado en llamarlo «el síndrome Montessori» ya que todas estas escuelas pertenecen a este sistema. El principio de dejar que «el niño se exprese» a toda costa y de no disciplinarlo demasiado deviene en este síndrome inequívocamente. Pero no es este sitio para estas polémicas.
La mayor parte de estos alumnos juegan, aprenden y dan cariño y diversión a patadas. Leire y yo nos entregamos sin medida a las clases y todo resulta una gran experiencia.
En algunas de las guarderías recibimos frialdad y distancia por parte de los gestores de las mismas a cambio. En otras, por contra, somos recibidos como estrellas del rock, se sacan fotos con nosotros y nos piden contacto por wechat (el whatsapp mayoritario aquí, en China). Las cuidadoras más jóvenes y atrevidas se aventuran a pedirme mi número de teléfono con el rubor en sus rostros. Alguna directora de colegio apretó de más al sacarse una foto conmigo. Es una sensación confusa pero para nada agobiante.
El calendario que debemos cumplir es exigente y muchas veces apretado y, personalmente, albergo dudas al respecto de que Rockies vaya a retribuirlo adecuadamente, ya que nada se ha hablado aún del montante del salario. Pero con los chinos caben pocas negociaciones. Siempre se encastillan en una postura y permanecen en ella tornando toda la conversación confusa y enrevesada y llena de «no entiendo»s con el fin de no dar su brazo a torcer.
En fin, veremos que pasa.
Personalmente, estoy disfrutando de la enseñanza, aunque el sistema sea detestable, pero veo que es un trabajo agotador tal y como lo están planteando y creo difícil poder mantener el ritmo.
Hasta pronto