Como todos los viernes, me tocaba ir de Cangzhou a Quingxian para dar clases en una guardería.
La cita con mi chófer era a las 7:40 debajo de mi apartamento. Buenas noticias: hoy venía a buscarme Mr. Chow, un afable chino de mediana edad que conoce la comarca al dedillo y que hace esfuerzos ímprobos por comunicarse en inglés con la ayuda de su teléfono móvil. Es un hombre discreto y amigable con el que me siento agusto.
Como hasta el miércoles se celebra el congreso del partido comunista en Pekín (para mayor gloria del presidente Xi Jinping) las autopistas que nos rodean están repletas de controles policiales y, al ya habitual desbarajuste circulatorio, se añade un caos de proporciones casi bíblicas.
Pero iba con Mr. Chow: eso es garantía de pintorescos caminos comarcales, rincones rurales y paisajes que normalmente no vislumbro en mi traslado.
Lamentablemente, mi amigo Chow no contaba con un puente cortado sobre uno de esos ríos-lago que hay en la comarca y el entretenido viaje se ha convertido en un viacrucis por pueblecitos infestados de basura y caminos sin asfaltar, dándose el momento cumbre de nuestra peripecia cuando mi amigo ha tenido que internarse en un maizal con el coche perdiéndonos del todo. Pero hallando fuerza en la debilidad y haciendo bueno el popular adagio chino de que crisis es oportunidad, hemos hecho una paradita en el sembrado que mi colega ha aprovechado para ir a aliviarse el vientre.
Al final, tras una loca carrera por carreteras en obras y desvíos obligatorios, he llegado solo una hora y cinco minutos tarde a trabajar. ¿Nuestro crono de hoy? 2 horas y 25 minutos para cubrir una distancia como de Irún a Tolosa.
Gracias Mr. Chow. Me lo he pasado genial.