En los meses que he habitado en China, hay una imagen de una fuerza singular que se resiste a abandonarme. Aunque no tuve ocasión de verla demasiado en Cangzhou sí que abunda por doquier aquí en Foshan: se trata de la lotería de los huevos de oro.
Hay un montón de establecimientos que ofrecen, a cambio de no sé cuánto dinero, la oportunidad de cascar uno de los huevos de oro que exhiben en sus mostradores. Estos huevos, del tamaño de uno real de avestruz encierran dentro algún premio. Es una especie de tómbola de rasque y gane atroz en locales llenos de lujo y oropel. Así es todo aquí: lujo, dorados, terciopelos.
Y como todo aquí, me imagino que la mayor parte de los huevos o están vacíos o contienen una porquería de premio.
China, o por ser justos, lo que he conocido de China, me está demostrando ser un gran huevo de oro que contiene dentro una nada o una versión distorsionada, sucia, maloliente de lo anunciado fuera.
Nada es lo que parece. Nunca se cumple lo que se promete. Nunca.
Lo atribuyo a que los chinos (salvo maravillosas y notables excepciones) no consideran a sus congéneres como iguales y lo que mola no es solo robarles. Lo que mola es robarles con engaño, con triquiñuela, con segundas, con manejos, con artificios, con espejos y humos. Eso si es a otros chinos. A los demás habitantes de este planeta ni siquiera nos consideran seres humanos. Y esto es, desgraciadamente, algo que he podido constatar día a día en la mirada de desprecio de los niños, en los conductores que aceleran en los pasos de cebra, en las dependientas odiosas que no quieren comunicarse ni con un traductor automático, en los dispensadores de tickets que te ignoran o en las profesoras que te odian simplemente porque ven que tú sí eres un profesor y ellas nada más que unas chicas tontas e incultas que no son capaces ni de enseñar a decir hola a un niño y que tienen una foto disfrazadas de Hello Kitty en su perfil de wechat y una minifalda con trampantojo de media color carne.
Sé que esto puede parecer injusto con un colectivo tan inmenso como el que consituyen las personas de este país, pero tiene su explicación. Si resto de la ecuación a la gente humilde, trabajadora, sencilla, cercana que he tenido el honor de encontrarme, solo me restan los aspirantes a chinos ricos, los chinos que ya lo eran y los que, además, son poderosos.
En Foshan, lamentablemente, he venido a dar en un lugar donde estos últimos traen a sus retoños a que pasen sus días de infancia y se conviertan en unos perfectos hijos de puta como son ellos.
Siguiendo con la imagen de los huevos, esta guardería de distopia ultracientífica es, en realidad, un lugar donde gallinas de plumaje suave incuban por horas los huevos que han puesto las serpientes: los poderosos.
Cuidados en un entorno de ultraconfort donde nunca se les exige nada, donde jamás son reconvenidos ni educados de ninguna manera, esos huevos un día eclosionarán para ver nacer definitivamente esas pequeñas sierpes que, tras devorar a sus gallinas cuidadoras, devorarán a sus progenitores y, desprovistas ya de cualquier rastro de humanidad, empatía y corazón, harán lo propio con el mundo a su alcance.
En realidad, pienso que esta inmensa guardería de 5000 metros cuadrados en la que hay 20 niños y el doble de profesoras no es sino una representación del mundo, una maqueta donde las pequeñas culebras campan a sus anchas, donde se atiende el más pequeño de sus caprichos y donde se les enseña que todos estamos para servirles a ellos, donde se les enseña que ellos están por encima de todos los demás. Monitorizados constantemente por medio de futuristas pulseras GPS que envían datos en tiempo real sobre ubicación y constantes vitales de los retoños, estos pequeños reptiles pasan sus días visualizando videos estúpidos hechos a su medida y siendo expuestos al inglés macarrónico de los “profesores internacionales” que lo único que aportan a la función son la repetición de palabras y frases en esa lengua y una cara occidental de ojos grandes que viste mucho. Regalo envenenado, con un elaborado envoltorio construido a base de filosofía new age y absolutamente ningún rigor científico, el “sistema educativo” ofrece la oportunidad a estos aprendices de dictadores de maltratar y someter a adultos en un entorno controlado mientras se ejecuta una demencial opereta en la que todos aparentamos desarrollar actividades multidisciplinares en un “ambiente internacional”.
Traídos como fuimos aquí con engaños y arteras manipulaciones (para que nada cambie en todo este tinglado), tras tratar de explotarnos con la más miserable de las mañas, me decido a vocear a los cuatro vientos que este país que da tanto miedo en occidente no está dando el suficiente miedo.
Haciendo un trabajo digno de los pulidores de estatuas en el Renacimiento, los siervos de los poderosos están despojando de sus últimos rastros de humanidad a las serpientes que un día habrán de expandirse por toda la tierra.
Esto es aquí. Esto es ahora.