Se acabó Casablanca. La ciudad más grande del país y la más poblada. Envejecida y decadente, ansiosa de brillar pero opacada por la pobreza y por la suciedad. Ahí mora la mezquita con el minarete más alto del mundo que, todos las noches dispara un rayo láser en dirección a la Meca. Indicativo del poder del islam y de la monarquía alahuí, pasa por encima de las cabezas y de las ilusiones y anhelos de los millones de personas que se afanan por debajo, debatiéndose en la interminable disyuntiva del país y que quiere nadar y ser moderno y guardar la ropa y anclarse a la tradición.




